Psicóloga en Barcelona
Estoy frente a frente con una paciente. Ella está cómoda, hace tiempo que nos conocemos, a media sesión suena su móvil, lo coge, —estoy en terapia —dice—, luego te llamo. Esta naturalidad respecto al hecho de ir al psicólogo no es tan habitual como parece, hay quien en la misma situación sale del paso diciendo: —ahora no puedo, te llamo luego. —Evitando decir que está en el Psicólogo—.
Son formas diferentes de sentir y vivir la experiencia que supone pedir ayuda a un profesional en un momento de la vida que para uno resulta complicado. Siendo generalista (ya que hay mucha gente que no se sentirá identificada con esta visión), hay todavía muchas reservas respecto a comentarle a un amigo, a un compañero de trabajo, incluso a un familiar o cónyuge, que se acude al psicólogo. —Éste no está bien, tendrá un problema gravísimo, es incapaz de resolver sus problemas sin ayuda, que poco válido…—. Y así podría seguir con un sinfín de prejuicios al respecto de las personas que deciden echar mano de un profesional de la Psicología. ¡Y nada más lejos de la realidad! La persona que decide pedir ayuda es sobre todo una persona sincera consigo misma, lo suficientemente valiente para mirar de frente a su problema y lo suficientemente humilde e inteligente como para pensar que quizás con ayuda profesional lo resuelva antes, o de la mejor manera.
Según que problemas son subjetivos, con lo que no hay nada con qué medir la gravedad de un problema como para poder decir: —tu problema es grave, deberías ir a un psicólogo— o decir—, tu problema no es lo suficientemente grave como para ir a un psicólogo. Una situación difícil que nos hace sufrir, dudas, cualquier sentimiento de malestar, falta de equilibrio personal, ganas de llorar, falta de sentido en lo que hago, en cómo vivo, falta de ganas de vivir... Incluso ganas de explorarse, cambiar o mejorar..... Cualquiera de estas cuestiones son suficientes para decidir consultar a un psicólogo, depende de ti.